lunes, 5 de octubre de 2009

FILOSOFIA *



Siempre se han intentado dar explicaciones desde el punto de vista psicológico de por qué se hace graffiti. Numerosos han sido los intentos de sociólogos, psicólogos y demás profesionales del sector del estudio del comportamiento humano que han intentado dar explicación al fenómeno en artículos periodísticos, reportajes, programas de televisión y radio...

Con un resultado en general equivocado o en su defecto muy superficial. Oímos hablar de inconformistas, inadaptados, antisociales, rebeldía juvenil... Pero para estudiar y justificar su causa de producción no podemos remitirnos a los eternos estereotipos, requiere más compromiso, adentrarse hasta las entrañas de un escritor, de un verdadero escritor y no intentar explicar un comportamiento global de una comunidad con el estudio de un par de chavalillos que probablemente no sepan por qué pintan.

Hay dos caminos para llegar al kid de la cuestión: El primero es ser un escritor de graffiti o sentir como tal y el segundo, estudiar el hecho desde varios puntos de vista (Destacan los trabajos como el de Joan Garí “La conversación mural” más centrado en las pintadas en general moviéndose en el campo de la semiótica y en la tesis del Doctor en historia del arte Fernando Figueroa). Vamos a intentar explicar los orígenes de por qué se hace graffiti en primer lugar desde un punto de vista científico (intentando así objetivizar el asunto) y en segundo lugar desde los diferentes puntos de vista de varios escritores, porque al fin y al cabo estamos hablando de filosofía del graffiti y cada persona tiene una postura, sus “porqués” y su forma de ver las cosas. Antes de empezar reiterar que no estamos tratando el fenómeno de las pintadas en general (aunque a veces se haga mención a ellas) sino de todo lo que conlleva una cultura como la del writing.

El principal objetivo, el que impulsa a los escritores a pintar en las paredes, trenes o similares, es la necesidad común a cualquier tipo de arte: La necesidad de expresar con la suma de otra razón: La búsqueda de reconocimiento, salir del anonimato, de la masa, dejar constancia en nuestro paso por el planeta tierra (“dejar marca antes de estirar la pata” que diría Kami, un escritor y mc). Pero no se trata sólo de eso, hay algo más...



Empecemos de cero. Los niños y los monos comparten hasta cierta edad (los tres años) una potencialidad artística común. Ambos son capaces de dibujar “monigotes” en un mismo estilo “naif”, predominando la elección de los colores más vivos. Mientras que los humanos no necesitamos motivación ajena, los monos necesitan estímulos humanos para dibujar, y sólo lo harán si les otorgamos las herramientas necesarias: papel y un instrumento para pintar. Ellos nunca se expresarían plásticamente de forma espontánea. Al mono no se le ocurriría pintar fuera del papel, es decir, en la mesa o en la pared de su jaula. El humano aprende rápidamente, reconoce los colores y las hojas y sabe el procedimiento: Sabe que esos instrumentos son para dibujar en esas hojas y sabe que está mal si los utiliza fuera de esa superficie preestablecida y obligada (el papel). Pero también conoce, en cuestión de tiempo, el placer que le puede proporcionar desobedecer esta norma, actuar de forma libre, esa capacidad de salir de el marco preestablecido y convertir los signos en violencia visual hacia el poder: Su padre o su maestro. En el graffiti el símil sería dibujar con el aerosol en una superficie no permitida convirtiendo esos signos en violencia visual hacia el poder: La ley. Mirémoslo desde otro punto de vista, el de la publicidad. Todos sabemos que la publicidad emplea tabúes sociales como el sexo, la violencia o la libertad para suscitar el deseo, el morbo, el ansia de obtener lo prohibido, lo inalcanzable. Bien, si ni la mismísima Eva pudo resistir la tentación de morder la manzana... Ya lo dice la frase: “No hay mayor placer que hacer lo que no puedes hacer”. La libertad en contra del hombre, el hombre debe decidir.

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